lunes, 9 de junio de 2014

Un mayoral de la vieja escuela: Paco Gómez (I)

Después de pasar unos días en casa vuelvo a Cáceres. Los libros esperan en la mesa y la ventana deja entrar un calor veraniego que empieza a asfixiar. La ciudad me aburre. Miro hacia la calle y todo es muy simple. Hay soledad estando rodeado de gente. La gente se ve y la mayoría ni se saluda. Los adoquines perfectamente puestos, todo medido. No me siento a gusto aquí. No hay improvisación, no me integro. Entonces mi pensamiento vuelve al campo. Allí todo es distinto. Las leyes del campo las impone la naturaleza y hay improvisación, incluso me atrevería a decir que hay arte. Si respetas esas leyes el campo te acepta y pareces formar parte de él. Entonces no hay soledad aunque estés solo. Vas andando y un lagarto te observa temeroso desde el pasto. Como te siente parte de su entorno sale de su escondrijo y te saluda.

Un lagarto te observa temeroso desde el pasto...
...como te siente parte de su entorno sale y te saluda...
Tras el ligero saludo te encuentras a una perdiz con sus perdigones. Te paras un momento para no asustarlos. La madre te ve y se lleva a sus trece hijos tranquilamente. Como recompensa parecen posar para ti sobre la pared del cerrado de los toros. Parecen darte las gracias. 

Te encuentras a una perdiz con sus perdigones...
...la madre se lleva a sus hijos tranquilamente...
...que parecen posar para ti sobre la pared del cerrado de los toros...
Sigues tu camino, metido en el campo, sin desentonar. Tus pasos por el carril no asustan a los animales porque te sienten como a un compañero, igual que no se asusta el conejo de la perdiz que pasa a su lado y que incluso comparte apoyo y comedero con los toros de la corrida de Pamplona. 

Tus pasos no asustan, igual que no se asusta el conejo de la perdiz...
...que incluso comparten comedero con los toros de Pamplona
Llega un momento que a pesar de la soledad te sientes más acompañado que nunca. Vas feliz, entre amigos, como si estuvieses en tu casa. Decides subir al castillo de Torrestrella para observar la belleza de la tarde, de una tarde que empieza a caer. Por el camino te sientes observado. Desde el pie de un acebuche unas crías de mochuelo te pían. Parecen querer llamar tu atención, como niños pequeños que son. Te acercas y los observas un rato. Ellos te miran curiosos como los miras tu a ellos. Cuando te vas uno parece querer llamar tu atención de nuevo, como enseñándote lo que es capaz de hacer, y se sube por dentro del tronco hueco a una rama más alta. 

Por el camino, te sientes observado...
...unos pequeños mochuelos te miran curiosos...
...y juegan intentando llamar tu atención
Los dejas allí con su juego de niños y llegas al castillo. La cuesta cansa y te sientas entre las piedras. Estas piedras no están puestas como los adoquines. Aquí el tiempo improvisa y las pone como le parece. Empiezas a pensar en cuanta gente habrá estado sentado allí como tu, entre esas piedras, observando como cae la tarde. Que sabiduría y que recuerdos guardarán. Si hablasen cuantas cosas tendrían que contar... hasta que te hablan. Entonces te cuentan que allí a los pies de ese castillo, por detrás, en la llamada "La Granja", nació un niño en una choza. Su padre se encargaba de echar el pienso a los toros de Torrestrella y él vivió a los pies de esa antigua fortaleza. 

En el castillo el tiempo improvisa...
...y mientras te deleitas de las vistas, las piedras te hablan...
Con apenas varios años de edad ese niño, al que llamaban "Macario" igual que a los de su familia, bajaba con sus hermanas andando hasta "Los Alburejos". Él si que formaba parte del campo. Para ir a la escuela, que estaba en la ventana de arriba del patio de Universo, ese niño pasaba entre los utreros de variados pelos que crecían a la vez que aquel chiquillo al lado de su casa. 

Para ir a la escuela...
...aquel niño caminaba entre los utreros de bonitos pelos...
Después cambiaron la escuela de sitio y la pusieron al lado del corral donde se cogían los becerros para el herradero. La puerta estaba debajo de unos arcos y desde allí observaba el castillo. Detrás estaba su casa y muchas veces, cuando por travieso la profesora lo castigaba, tenía que coger el camino incluso de noche. 

Pusieron la escuela al lado del corral del herradero...
...la puerta estaba debajo de unos arcos...
...y desde allí observaba Paco el castillo. Detrás estaba su casa...
Su vida era puro campo. De "La Granja" a "Los Alburejos" y de "Los Alburejos" a "La Granja". Hizo la comunión en la capilla de la finca, igual que los hijos de todos los trabajadores, y jugaba por las cuadras, entre la estancia y los corrales, entre las patas de los caballos y la encornadura de los toros. 

"Macario" hizo la comunión en la capilla de la finca...
...y jugaba por la estancia entre las patas de los caballos...
Con apenas diez años se montaba por la pared del "Presillo" si había toros a un lado y a otro para llegar a la escuela. Entraba por la cancela grande de la esquina y por encima de la pared llegaba hasta el corral de encerrar. Uno de los días iba con su madre y su tía. Él iba a pie, guiando a la burra en la que iban montadas las dos mujeres. Al entrar al "Presillo" un toro colorado que acaban de curar de un ojo se arrancó a la burra y los cogió a los tres. Paco, con tan poca edad, se quitó el toro de encima como pudo y sacó a su tía y a su madre de allí, que llevaba una fuerte cornada en la pierna. Fue su primer contacto directo con el toro. 

Entraba por la cancela grande de la esquina...
...y si había toros se montaba por la pared para llegar a la escuela...
A raíz de aquel suceso su familia se fue de "La Granja" a vivir al pueblo y él bajaba en bicicleta a "Los Alburejos" todas las mañanas. Fue creciendo y empezó a destacar montando a caballo. Don Álvaro les ponía a todos los niños un caballo para que hiciesen volteo y así cogiesen equilibrio encima del caballo. Todavía se habla de la habilidad de "Macario" por aquellos patios. Por aquel entonces no subía a Medina todos los días. Se quedaba en la finca en la Cañenía y empezó a aprender de toros y caballos. Sus maestros fueron Juan Cid y Antonio Campano. Su ídolo y ejemplo fue D. Álvaro. Este ilustre ganadero muchas tardes le daba un potro, y aunque en el campo siempre se está acompañado, daban un paseo juntos viendo los toros. 

Por aquel entonces dormía en la finca, en la Cañenia...
...y fue aprendiendo de su maestro, D. Juan Cid, y de su ídolo, D. Álvaro...
En todos esos años Paco se empapó de sabiduría del toro, del caballo, del campo y de la vida. Su infancia y su escuela fueron aquellos patios, aquellos vaqueros y D. Álvaro. "Los Alburejos" fue su casa y su niñez. Lo vieron crecer como niño y hacerse un hombre... Mi pensamiento quería seguir escuchando esa bonita historia que aquellas piedras guardaban con celo, pero el pitido de un coche me devolvió a Cáceres y me distrajo por un momento. Me levanté cabreado de la silla y cerré la ventana. Había pasado un buen rato y todavía no había empezado a estudiar. Intenté ponerme a estudiar, empecé a concentrarme y dejé de pensar...